Amín Abel, asesinado otra vez
Por Alex
Quezada
En cine,
la palabra no debe suplantar a la acción; los personajes deben exponerse con el
conflicto y el conflicto debe avanzar con el ritmo del montaje. cuando eso se
logra de forma adecuada, el espectador queda atrapado. Ciudadano Kane, The Wild Bunch
y JFK
son obras cumbres de la cinematografía universal por que el montaje, ese
elemento también conocido como edición, es una de sus mayores cualidades. Exponer evasivas versiones de largos
interrogatorios de un fiscal a varios sospechosos, por mas interés que tenga un
guionista o director por denunciar a un régimen represivo como el del
presidente Joaquín Balaguer, puede dañar la obra y aburrir a un público que ya
tiene y conoce referentes narrativos logrados con maestría como los de 12
Angry Men, Apocalipsis Now, Goodfellas y Sospechosos Habituales.
Hemos
hecho un ejercicio de tolerancia al enfrentarnos a 339 Amín Abel Hasbun, la
película de Etzel Báez, quien de
forma tediosa y extensa, hasta llevarnos al hastío, luce más interesado en releer
oficios y memorándum, que en mostrarnos una pizca del accionar y el ideario del
malogrado personaje, en sus pronunciamientos y luchas universitarias, en su
interés por un cambio del estado socio-político en su momento vital. Y eso sí
era necesario para suplir la información que orientaría al universo de
espectadores que no saben por qué han ido a matar a ese hombre.
Los
gobiernos de Balaguer, sobretodo el llamado periodo de los doce años (1966–1978), están llenos de historias factibles para ser
llevadas al cine, pero estas deben hacerse sin el delirio obsesivo de
guionistas y directores y sin estéticas pretenciosas y manipuladas que busquen
crear metáforas que en su afán por denostar al gobernante, terminan luciendo
como baratas utilerías teatrales mal puestas. Decorar de manera pulcra y
ordenada, la humilde casa de la víctima y luego todo lo contrario en la oficina
del fiscal, con archivos oxidados y desvencijados, con cuadros mal colgados,
con biombos de lámparas doblados, es puro teatro de ideas baratas. Para que
esas metáforas funcionen en cine hay que estudiar a Chaplin y Buñuel.
El
problema de la película Amín Abel
radica en su mala edición y concepción narrativa y en su mala fotografía, donde
no parece haber tomas y encuadres planeados, y sólo se limitaron a encender la
cámara. Aún así la cinta es salvable, solo basta remontarla. Es una historia
donde lo único que brilla es el reparto de policías y el fiscal del
allanamiento, pero donde la viuda embarazada (Margaux Da Silva), frente al
fiscal (Pericles Mejía), se esfuerza más en leer su discurso contra el régimen
gobernante, que en mostrar una emoción convincente.
Amín ha
sido asesinado otra vez al desperdiciarse esta oportunidad que poco muestra
sobre su persona, en una obra que, a mi entender, no contará con el buen rumor
que la recomiende a quien no la haya
visto aún.
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