Richie Ray, Bobby Cruz y mi deseo de verlos actuar
Pienso y me río. Es increíble como es que
admirando tanto la música que hace este legendario dúo, y teniendo todos (o
casi todos) sus discos, todavía no haya ido a verlos en vivo. Y la verdad es
que no voy a muchos conciertos, sobretodo si son multitudinarios; pero los que
conocen mi discoteca y los que han observado los momentos en que me siento
salsero, saben que mi pasión crece como espuma cuando escucho sus temas.
Posiblemente fue con Richie, que por primera
vez tuve contacto con Igor Stravinski, cuando aprecié aquellos pasajes envueltos
en una técnica más cercana al jazz. Además, con él muchos jóvenes pudimos
acercarnos a la obra de Joan Sebastian Bach, a través de sus fugas ensambladas a un ritmo basado en congas, bongó, timbal y bajo, y respaldadas por
el matiz que ofrece una sección de trompetas. Eso enloquecía y aún enloquece mis
emociones.
De Bobby siempre admiré su timbre de voz potente, que por
momentos sugiere la sobriedad del bel canto, y por otros, el desenfado del
sonero urbano de finales de siglo XX. Su voz ha sabido moverse entre matices,
bailando tanto que compensa a su cuerpo estático en el escenario.
Con esos atributos, he seguido a Richie Ray y a
Bobby Cruz, los dueños del sonido bestial, los que luego llevaron un mensaje cristiano
muy acertado, porque usaron los códigos del barrio, los mismos que participaron en la
construcción del movimiento de la salsa.
De seguro que no tendrán el vapor de los
jóvenes que interpretaron “Zafra”, “Amparo arrebato”, “El campesino” y “Yo soy
la zarza”; pero no me cabe dudas que llegarán con maña, la de dos
zorros que harán vibrar a todos los presentes.
Ahí quiero estar yo. Este sábado 1ero. de
diciembre me propondré no morir ciego y sordo.
Alexis Méndez.
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